La amenaza del trueno nos detuvo en seco como si nos hubieran echado una maldición. La pampa se nos hizo hostil. Titubeamos, ajenos al paisaje, extraños especímenes fuera de contexto. Los animales se escurrieron sin preámbulos ni dilaciones. Nosotros no supimos qué hacer y nos quedamos quietos, indefensos. La única certeza era la repentina oscuridad y la lluvia que empezaba a caer llenando el aire con gotas gruesas. Un fogonazo con la potencia de la muerte iluminó el cielo rayándolo, formando grietas por las que el agua empezó a brotar furiosa. Si él me hablaba o no, no lo sabía, porque no había lugar en el aire para otro sonido que el de la tormenta. Y así estuvimos un tiempo. Solos en medio de la naturaleza, sintiendo la dimensión de todas las cosas. Le agarré la mano y la apreté con fuerza para envalentonarme y no llorar.
Dos en un auto
cacerolas, sartenes, un tigre rugiendo en una manta peluda
la ruta adelante y atrás.
Casita de tela que aguanta el agua y los sueños
de hombres que quieren ser pájaros, tigres y peces
o elegantes pingüinos con traje indeleble de señores del mar
Saboreo peces de colores y rayos de sol en el atardecer calmo al cerrar los ojos. Pido un vaso de agua. Me lo acerca eficiente en sus dos manos pequeñas. Agradezco exagerando la sonrisa. Otro bocado. Vuelvo a cerrar los ojos pronunciando un canto de emes y haches que se completa con su carcajada sincera. Más peces. Flotar y flotar en el agua. Su sonrisa es mi bote. Mientras la boca se me llena de saliva, me acuno en una apacible contradicción sensorial.
14 de febrero de 2013
En mi birome todas las palabras
esperan apretadas contra el capuchón
para ir a moirse al papel
libres
llenas de vida